sábado, marzo 25, 2006
jueves, marzo 23, 2006
domingo, marzo 19, 2006
Natalia y la Forquetina
Un pato,
Que va cantando alegremente
cua cua
Cuando se encuentra un lindo gato
miau miau
para cantar bossa nova
Un ganso
se entusiasmó alegremente
cua cua
para cantar hacia la gente
cua cua
Y un perrito que ahí estaba
empezó a cantar
Cuando quería ensayar
el pobre pato se desafinó
Cuchi cuchi cu
No le sale
Sus notas feas eran peor que las del gato
La voz del pato era más que un desacato
Y en la nota final lo empujaron al agua...
y se puso a nadar
Cui, cui cui cui lara la
cui cui cui, cui cui cui
Un pato
se entusiasmo alegremente
cua cua
para cantar hacia la gente
cua cua
Y les canta bossa nova
Mh mh mh-mh ah
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sábado, marzo 18, 2006
- Te quiero -dijo indiscriminadamente. Fue una bala que atravesó la habitación pero que no chocó contra nadie.
Se pusieron a bailar. Luis estaba un poco ebrio. Ya era medianoche. Bailaban una canción que se había puesto de moda ese verano. La habitación estaba llena de humo y parecía como que todos, excepto Luis, tuvieran cigarrillos prendidos en los dedos. La mayoría de gente dejó de bailar porque alguien puso música de los ochentas.
- ¿Cómo me puedes querer? -dijo la chica.
Ella era algo mayor. Trabajaba al día siguiente y por eso se iba. Cogió su cartera y se la colgó de un hombro. En el equipo de música sonaba “Who can it be now”. La fiesta ya se había vuelto aburrida así que Luis decidió irse con la chica. Era bonita. Tenía un par de lentes de montura negra, una blusa celeste y un pantalón negro. Luis estaba vestido de azul: camisa y pantalones azules, zapatos negros.
- Espera -le dijo Luis -, voy al baño.
En el baño Luis orinó. Lo hizo mirando el techo, cerrando un poco los ojos, escuchando la orina caer sobre el agua. Un potente chorro. Cuando terminó, jaló la palanca y caminó hasta el lavado. Ahí se lavó ambas manos y la cara con jabón. Luego se miró en el espejo. Pensó en qué decirle a la chica. Se acordó de una canción y se dijo en el espejo:
- Ey, nena… he esperado tanto…
Escuchó un sonido burbujeante como respuesta. Algo así como: ¡Blup! Venía del escusado, que había dejado con la tapa abierta. ¡Blup! Luis se acercó un poco más. Temió que de un momento a otro el baño se llenara de mierda. ¡Blap! ¡Bleb! ¡Blif! Y se asomó por ahí la cabeza de una rata. Luis saltó de la impresión.
- ¡Carajo! -gritó, y se puso a saltar- ¡Una rata no! -dijo- ¡Una rata!
Cogió lo primero que tuvo al alcance de la mano: un jabón, y lo apretó hasta casi deshacerlo. Luego lo tiró sin mayores resultados despidiendo un olor de aloe vera. La rata ya estaba casi afuera. Era del tamaño de un topo. Pudo ver que tenía una cola enorme. Mientras esto sucedía, la chica con la que había quedado en salir estaba junto a la escalera, con aquella cartera colgando de un hombro, balanceándose.
Luis volvió a mirarse en el espejo. La rata tenía una cara feísima, unos ojos rojos, achinados, irritados, de tanto vivir en el subsuelo. Sin duda, lo que más le aterrorizaba a Luis era el tamaño de aquel animal. Respiró hondo.
Cuando salió del baño estaba pálido. Parecía como si hubiese llorado. Le dijo a su amigo que en el baño, dentro del escusado, había una rata que él había tenido que matar pisándola y golpeándola con el mango de una escoba que había encontrado junto a la pared del baño, y que ahora estaba rota y bañada con un líquido aceitoso y marrón.
Por supuesto, la chica con la que había quedado en irse juntos estaba ahora sentada y aburrida, mirando a la gente bailar. Le preguntó qué había pasado y Luis no tuvo mayor reparo en decirle:
- Se hace tarde.
En el taxi Luis se las ingenió para decirle a la chica que le gustaba y así poder abrazarla, besarla, y decirle que la quiere. Mientras lo hacía, Luis recordó a la rata sobrealimentada mirándolo con sus pequeños ojitos rojos. La chica continuaba diciéndole:
- ¿Cómo me puedes querer?
Sin importarle nada, Luis seguía besándola. Cuando llegaron a su casa, Luis seguía ebrio. La chica pagó el taxi y caminaron por un parque de la zona. De un momento a otro, Luis se puso a llorar. La chica, asustada por el comportamiento de Luis, le preguntó qué le pasaba.
- La maté -dijo Luis.
- ¿A quién? -le preguntó la chica.
- A la rata.
- ¿Cuál rata?
- Cuando fui al baño -comenzó Luis-, una rata salió del escusado…
La chica lo miró incrédula.
- ¿Y?
- No sé si me estoy volviendo loco.
- Por qué.
- Porque la rata me habló.
- ¿Qué?
- No iba a morderme, al menos no parecía. Sólo que empezó a hablar de mí, como si me conociera de toda la vida. No habló de ella. No sé si fue producto de mi imaginación, o de las drogas…
- ¿Qué drogas?
- El caso es que dijo que yo era débil, muy débil.
- ¿En serio?
- Se empezó a burlar de mí. Tenía una voz chillona, parecida al rechinar de unas ruedas, era insoportable. Entonces le empezaron a salir gusanos de la boca y dijo que era porque tenía una herida. Me la enseñó, era un hueco, una protuberancia, donde había un nido de gusanos.
- Qué asco.
- Cuando la tuve cerca, la maté.
Se quedaron callados. Lógicamente, ella pensó que Luis estaba loco. Al rato se despidieron y nunca más se volvieron a ver. Unos años más tarde, la chica, que era guionista, escribió un guión para una serie de televisión que trataba de una rata que salía de un escusado. Esta era una rata mágica, a la que le podías pedir tres deseos. El protagonista era un tipo llorón que le decía a cualquier chica que la quiere.
885 p.
martes, marzo 14, 2006
Estaba viendo “Nadie nos escucha”, que es un programa nacional que dan en cable, cuando pensé que éste sería un buen nombre para algún programa de radio. El que dan por televisión tendría que llamarse entonces “Nadie nos ve”. En todo caso, el nombre del título no debe ser cierto del todo, porque bastante gente lo ve. Yo no, por supuesto, muy rara vez lo he visto. Aunque puedo asegurar que es como “Jammin”, sólo que conducido por un par de hermanas guapas, no invitan grupos y nadie toca en vivo. En fin, decía que este programa bastante gente lo ve porque, digamos, es bueno, sale en cable, hasta les hicieron una entrevista. Eso ya es bastante para un programa que se llama “Nadie nos escucha”. Incluso yo, anoche prendí la tele y me puse a ver. Los videos son muy buenos, la mayoría rock-pop europeo. Incluso, ¿saben? Me quedé viendo a las hermanas que son de lo más guapas. Debo admitirlo, estoy obsesionado con ellas. Todo el mundo lo está. La belleza, sobretodo la de las mujeres, está sobrevalorada. Y déjenme decirles que aunque sé que bastante gente las aborrece, a mí me parece que lucen estupendamente bien. Las dos visten diferente. Por ejemplo hoy, la de pelo negro tenía un pantalón licra violeta, un vestidito verde encima, tal vez “Gato espacial”, muy moderno. La rubia en cambio tenía un blue jean y un polito amarillo que combinaba muy bien con el color de su piel. No estoy hablando pues, de que me gusta Laura Huarcayo o la chica que aparece en canal cuatro a las doce. Estas son las hermanas de “Nadie nos escucha”, listas para una orgía conmigo. Bajo el cierre de mi jean desteñido, me bajo los calzoncillos viejos y empiezo a hacérmelo. Cierro los ojos. Intento concentrarme. Escucho la voz de una de las hermanas. A veces, una interrumpe a la otra y ambas se miran ansiosas sin saber qué decir. Eso me excita. Cuando estoy llegando al clímax de mi faena, me doy cuenta que están dando un comercial de una barra de cereal con leche y escucho que una chica, no menos bonita y vestida de colegiala, le dice a un muñeco azul “¿Ves Mono? Te quedaste sin desayuno” y me vengo.
domingo, marzo 12, 2006
Me encontré con esta chica en la esquina del grifo. Estaba sentada, tenía sus anteojos de sol puestos. Siempre quiere hacerse la interesante. Yo le gusto. Me mira con cara inexpresiva. Me pregunta si vamos a ir de frente o si prefiero seguir aparentando y tomarla de la mano y ésas estupideces. Yo le digo que prefiero ir de frente, que ahorra tiempo y es más divertido.
Esta mañana me desperté con el timbre del reloj despertador. Marcaba las siete y media de la mañana con sus numeritos rojos, parpadeantes. Me duché. Salí a la calle con mi mochila en la espalda y un pan con mantequilla en la mano.
Estuvimos bien callados en la combi. Los dos nos sentamos adelante, junto al chofer. Yo llevo puesto el cinturón de seguridad pero ella no. Si la combi chocara, ella moriría estrellada contra el parabrisas del carro. Me mira como si adivinara lo que estoy pensando. Ésos lentes sólo le dan un aspecto más distante.
Tiene una mueca rígida cuando abro con la llave que me han dado el cuarto del hostal barato al que la llevo. Trato de que sea algo erótico. El sol cae de frente contra la ventana de la habitación, que es considerablemente pequeña. Unos metros cuadrados, un baño minúsculo, un espejo que ocupa casi toda la pared junto a la cama y, finalmente, la ventana. No sé cómo hacer para que sea erótico, así que sin más ella se sienta en la cama. Se quita los lentes de sol y me besa.
Durante el trayecto, no dejé de mirarle las tetas. Así que lo primero que hago es quitarle el sostén y el polito amarrillo que dice James Deer. Se las chupo. Mientras lo hago, ella cierra los ojos y contrae el rostro. Luego, sin más preámbulos, dejando de lado cualquier previo al coito, ella se quita la falda y el calzón turquesa que traía puestos, yo me quito el short marrón y mi calzoncillo. Se la meto.
Después de tirar, Ana está tumbada boca abajo en la cama. Tiene otra vez sus anteojos de sol puestos. Donde yo estoy parado, le contemplo el culo. La luz del sol que entra por la ventana a ella le cae en la cara. El polvo de la habitación que flota en el aire se hace visible ahí donde cae la luz, justo frente a donde está echada Ana.
Antes de irme, ella pregunta:
- ¿Te parezco bonita?
- Ana -le digo-, se supone que tiene que ser divertido.
Se voltea. Se sienta sobre la cama con ambas piernas abiertas. Las dobla haciendo la posición del loto. Las monturas de sus anteojos de sol son blancas. Tiene bonito cuerpo y bonito rostro. Recuerdo que antes era mi amiga. Está a punto de decir algo importante, cuando le digo:
- Ana, tengo q irme a la universidad -cojo mi mochila con un solo dedo y se la enseño-. Hoy es el primer día, ¿entiendes? No me puedo quedarme aquí contigo.
Camino a la universidad me pongo a pensar en Ana. No sé lo que le pasa. Simplemente no la entiendo. Últimamente me habla poco, o si lo hace es para decir cosas como ésas. Yo no sé si Ana se comporta como hombre a propósito, porque tira como loca y salta sobre mí como una rana y luego me dice que no la toque.
Una vez, Ana casi me dijo que me quería. Felizmente no lo hizo. Pero estaba por hacerlo. Lo sé porque era invierno, Ana estaba muy feliz porque íbamos a tomar helado. Estábamos en la 73, ése bus grande y verde, camino al centro de Lima. Fue la época que empezamos a tirar. Ella me miró. Tenía sus dos grandes ojos clavados en mí y ésa mueca que hacen las mujeres cuando se emocionan y te quieren decir algo. Felizmente no pasó, y Ana se limitó a tomarme del brazo como solía hacerlo.
En la universidad hace demasiado sol porque son las doce y el parque universitario luce lleno de gente que camina por todas partes. Algunas cafeterías lucen alborotadas porque ya llegó la hora del refrigerio. Es el primer día de clases y reencontrarme con toda esa gente me resulta tedioso. Es agotador. Felizmente me encuentro con un amigo que siempre tiene wiros. No lo veía desde el año pasado. Tiene unos anteojos de sol muy parecidos a los de Ana, sólo que de diferente color, negros, y barba de hace unas semanas. Me aborda de sorpresa y me dice:
- ¿Quieres fumar?
Y yo le digo:
- Para eso he venido.
Decidimos que hay suficiente tiempo como para salir y fumar en la calle y regresar con un par de cocacolas antes de que comience la clase que le toca a él. Así que salimos los dos, muy airosos, con la cara de los que se van a fumar a la esquina.
Pero no nos vamos a fumar a la esquina, más bien vamos a fumar a un parque donde hay bancas, y donde ya hay gente de la universidad fumando, tomando cerveza o ron, y profesores y alumnos que pasan por ahí, todos en distintas direcciones. Hay una banca libre así que nos sentamos. En menos de lo que canta un gallo viejo, mi amigo ya tiene el wiro armado y lo prende con total devoción.
Después de fumar un rato, nos damos cuenta de que el banco donde estábamos sentados tiene manchas marrones. Nos ponemos de pie. Estamos un poco asustados y tenemos el wiro prendido y a medio fumar. Mi amigo dice:
- Qué asco, alguien ha estado menstruando.
Terminamos de fumar camino a la universidad. Yo ya estoy mareado. Adentro la gente se está riendo y todo es tan divertido como ruin. Los edificios son altos. El sol y el cielo parece una imagen de protector de pantalla de Windows XP. Al rato, mi amigo me pregunta que qué clase tengo, y yo le digo que ni siquiera estoy seguro de haberme matriculado este semestre.
- Entonces, ¿por qué has venido? -pregunta.
- Por inercia.
jueves, marzo 09, 2006

Hace muchos años, cuando se estrenó “Mars Attack”, recuerdo que era verano y yo tendría entre diez y catorce años. Debe haber sido un verano muy aburrido, porque recuerdo que fui a cine sólo y me senté en una banca a ver ésa película. En ésa época yo no sabía y ni me interesaba saber quién era Tim Burton. Pasaba por un verano demasiado aburrido, eso era todo. No había nada qué hacer, y con tal de salir de casa yo vi “Mars Attack” en el cine Benavides. Ya no recuerdo qué tal me pareció la película. No recuerdo si me habré decepcionado al ver a Jack Nicholson en un papel tan bajo. Es más, tal vez me gustó, por la estética de los marcianos y los platillos voladores, y el hecho de que sean marcianos, no extraterrestres, ni aliens. Marcianos, como los marcianos de fruta, sólo que estos eran verdes, cabezones, hablaban como patos y tenían pistolas chistosas con las que querían destruir a la humanidad.
Entonces yo tenía como doce años, y estaba sentado en la oscuridad del cine viendo esta película tan estúpida. Y en mi mente tal vez me estoy diciendo: carajo, qué verano tan aburrido. Y ni siquiera me imagino a los veinte años cómo voy a estar, qué voy a estar haciendo. Y los años pasan tan rápido como si adelantaran la película o alguien saltara de escena en escena en el DVD. Tal vez en el cine haya alguna chica que me guste. Me distraigo y dejo de ver “Mars Attack”. Tal vez es una de ésas chicas que me gustan, con las facciones perfectas, con aquella expresión (no reconozco qué expresión será, simplemente sucede), y tal vez esta chica está pendiente de cada cosa que sucede en la película y no pierde el tiempo en mirarme. Y cuando la película ha terminado, yo me esfuerzo por ponerme de pie antes de que se enciendan las luces.
Hoy estaba en el micro pensando todo esto cuando vi a una de ésas chicas. Ya no son como eran antes. Ahora importa mucho el cuerpo, las tetas, las piernas, qué tal les queda el pantalón que están usando. Y lo peor es que muchas lo logran. Muchas de ésas chicas logran enamorarme con el simple hecho de existir. Todavía me enamoro así de fácil. Y pienso en “Mars Attack” y pienso en cuando era niño. Yo no quiero vivir en un mundo donde los niños que nacieron el noventa y uno tengan dieciséis años. Yo nací el ochenta y seis y creo que fue un gran año para nacer. Yo no quiero que vengan los marcianos y ataquen. Yo no quiero ver ésa película.
miércoles, marzo 08, 2006
Se pudo pálida de repente. Una nube de humo, botada por los buses y microbuses, cubrió la escena con un aire melodramático. Cualquiera lo consideraría de mal gusto. Ambos llevaban sus casacas puestas, sus pesadas mochilas en la espalda. Era pleno invierno. Habían salido de la universidad rápido, sin rumbo fijo. Se perdieron por la avenida Brasil, todavía de la mano, por las calles de Jesús María. Tomaron un micro que los llevó hasta Magdalena del mar. Luego caminaron hasta llegar al Instituto Orson Welles. Era una tarde fría de julio. Ambos se miraron. Hablaron un poco. Concordaron en que lo bueno de ellos era que siempre se decían las cosas a la cara. Pero, qué cosas: la universidad es aburrida, los días se suceden los unos a los otros. Ésas son las cosas. Se quedaron callados. Miraron el mar. Él quiso darle un beso. Ella no. Pero accedió a abrazarlo. A abrazarlo mucho. Se quedaron así un rato, mirando un sol inexistente ocultarse, quedándose poco a poco a oscuras. Él le dijo cosas al oído. No le dijo que la quería, pero le dijo que la necesitaba, como al aire, como al agua. Cosas que se dicen cuando uno no tiene nada qué decir, o cuando ya lo has dicho todo. Ella le dijo: es de noche, vamos. De regreso a casa ya no se tomaron de la mano. Esta vez es en serio. Nada de volver. Nada de retroceder. Nada de besos. Se miran fríamente. La avenida luce congestionada. Una de las pistas está en construcción. Los obreros siguen trabajando con pesadas máquinas a pesar de que ya anocheció. Había un letrero de la Municipalidad que decía: “estamos terminando”, y más abajo: “disculpe la molestia”. Lo peor de todo es que el motivo real él nunca lo sabría con certeza. Podrían ser muchas cosas, o tal vez una sola. De cualquier forma, todos los caminos lo llevaban a un sólo lugar. Una ciudad extraña donde suena Screamin' Jay Hawkins, y todos son muertos vivientes que despiertan en tumbas carcomidas por los años. Un microbús pasó repleto de gente. El sonido de los autos y de las máquinas hacía muy ruidosa la escena. Parecía que todo temblada en un constante terremoto. Cuando pasó el bus, ella quedó pálida. Ambos se miraron con una melancolía parecida a la de años anteriores. Un amigo que justo pasaba por ahí, rompió el hielo diciéndoles: quisiera ser mujer…
domingo, marzo 05, 2006
sábado, marzo 04, 2006
Sandrita y la tanga rota pasan por radio la música más tonera del verano. Sandrita tiene una voz sensual, repite constantemente que su tanguita está rota y se escucha el sonido del mar. Pablo se saca los audífonos y sale a la terraza que da al jardín. Su hermano y sus amigos jugaban un extraño juego de cartas. Cuando se saca los audífonos, Pablo escucha a Sandrita decir “ups, se rompió mi tanguita”.
- ¡Cómo estás Pablo!
- Bien, bien…
Javier era el amigo de Julio que mejor le caía a Pablo. Javier siempre se animaba cuando veía a Pablo, y le decía:
- ¿Qué estás escuchando? Alguna pastrulada seguro…
- Oye, siéntate pues… -dijo Julio.
- No, no, gracias.
Julio y sus amigos se quedaron mirándolo un buen rato.
- ¿Y qué están haciendo?
- Jugamos cartas.
- Sí -dijo Javier.
Al costado de Javier estaba Mariza, su enamorada, que era periodista. Junto a Julio estaba Sofía, y después Rafa, que estaba buena, y junto a ella había dos tipos que se miraban y cuchicheaban cosas al oído.
- ¿Quieres jugar?
- No, no gracias -Pablo se sentó en una grada antes de llegar al jardín y dijo-. Prefiero mirar.
El juego era notablemente complicado, tomando en cuenta que el único objetivo real parecía ser tomar cerveza. Consistía en tirar una carta, dependiendo de cual salga uno tenía que tomar un sorbo de su vaso. Así había castigos, condiciones absurdas como tocarse la nariz con el pulgar derecho y cosas por el estilo. A Pablo le pareció tedioso quedarse ahí mirando.
- Nueve de diamantes: verdad o castigo.
- ¡Verdad o castigo! -gritaron al unísono.
- A ver a ver… -dijo Julio, juntando ambas manos a la altura de su pecho-. ¿Algo que no le haya dicho a nadie nunca?... -se lo pensó un rato.- Yo… nunca me he afeitado… toda la barriga…
La mesa explotó en risas. A Pablo le pareció desagradable escuchar eso de su hermano. Sofía dijo:
- Con razón pues.
Siguieron jugando. Con determinaba carta uno podía imponer reglas al momento de tomar, como pararse y darse una vuelta completa en su sitio. Pablo subió a su cuarto un rato y cuando regresó las reglas eran tan complicadas y absurdas que en determinado momento todos tuvieron que darse una vuelta en fila india alrededor de la mesa.
Finalmente tocó otra vez verdad o castigo. Fue a uno de los chicos sin nombre. Dijo que no se le ocurría nada hasta que:
- Yo nunca… me he metido… el dedo.
La gente en la mesa se quedó callada. Sofía asintió con la cabeza y dijo que era muy razonable. Rafa tenía cara de haber visto un fantasma.
Siguió el juego. Julio hablaba y se reía. En determinado momento, Rafa dijo:
- Yo nunca he agarrado con tres chicos en una sola noche.
Al rato le tocó verdad o castigo a Mariza, y dijo:
- Yo nunca he agarrado en el micro.
- ¿Cómo que no? -le preguntó Javier.
- O sea, agarres bravos.
La gente asintió.
- ¿Y los agarres después de la universidad?
- No.
Pablo miró a Rafa de reojo y se fue a la cocina. Ella usaba lentes de montura gruesa y su pelo era castaño oscuro, lucía un buen bronceado. Pablo se sirvió un vaso de cerveza. Abrió la refrigeradora y sacó queso y jamón para prepararse un pan. Cuando cerró la puerta del refrigerador, Rafa estaba ahí.
- ¿Metieron el vino a la refri? -preguntó.
- No -dijo Pablo, un poco atontado, negando con la cabeza-, creo que está ahí afuera.
- Ah -Rafa asintió-. ¿Y tú por qué no juegas?
Pablo abrió la refrigeradora y metió lo que había sacado.
- No sé. Creo que me aburro. Más me gusta conversar.
- Sí, a mí me pasa lo mismo.
Pablo agachó la cabeza y se dio cuenta que Rafa tenía un short verde de baño.
- ¿Tú también te vas a meter a la piscina?
- Sí -Rafa asintió-. Aunque ya me está dando frío.
- Es marzo.
Pablo y Rafa asintieron.
Cuando volvieron al jardín, todos se estaban riendo por algo. De pronto Mariza se puso de pie y se fue al baño. Le había tocado verdad o castigo y ella había dicho algo de un ex enamorado suyo. Javier, que era algo robusto, apagó el cigarrillo en el cenicero. Sacó una carta y la puso boca arriba sobre la mesa. Le tocó verdad o castigo. Dijo:
- Una vez, en una fiesta, me encontré a una ex y me la tiré.
Se quedaron callados. Se miraron los unos a los otros. Pablo, que estaba algo lejos, se dio cuenta que en la oscuridad del interior de la casa estaba Mariza. Hubo unos quince segundos en los que no pasó nada, y no se escuchó nada, excepto la voz de Sandrita junto a las olas del mar, diciendo que el verano ya se acaba.
Javier fue el último en darse cuenta de lo que había pasado. Se dio el lujo de estirar las piernas, levantar los brazos, bostezar. Fue entonces que Pablo se dio cuenta que todos estaban en ropa de baño, con toallas, le pareció incluso ver un bronceador. Javier estaba prendiendo otro cigarrillo cuando vio que Mariza estaba todavía ahí.
Pablo llegó a darse cuenta que Mariza era la única que estaba sin ropa de baño. Llevaba un pantalón y una camisa a cuadros totalmente pasados de moda. Además, tenía el pelo corto, a la altura de las orejas, y anteojos. Miró a cada uno de los que estaban en la mesa y dijo:
- Tengo… tres semanas… de embarazo.
Sin un solo gesto en la cara, añadió:
- Pero no es tuyo, Javier.
Cuando Mariza se fue, Javier seguía con esa expresión estúpida en la cara. Uno de los chicos sin nombre le susurró algo al oído del otro. Pablo escuchó que una de las chicas decía algo sobre meterse a la piscina en aquel preciso instante. Javier, después de tomar aire, dijo:
- ¡Vaya! Qué alivio.
Pablo, después de quedarse callado un rato, se sentó en la mesa, en el sitio que había dejado Mariza, entre Javier y su hermano, y dijo:
- Bueno, ¿quién va a lo de Santana?
1048 p.